En Honduras, el faccionalismo político se erige como un tumor maligno que corroe las bases
de la democracia, sumiendo al país en un espiral de partidocracia, clientelismo y desconfianza
ciudadana. El panorama político hondureño se ve empañado por prácticas anticuadas que
socavan el fortalecimiento de las instituciones y dejan a la participación ciudadana en un
segundo plano.
¿Qué es el Faccionalismo Político?
El faccionalismo político, una reliquia anti-política que ha perdurado desde la Edad Media en
América Latina, es una forma retorcida de entender y practicar la política. En este sistema, las
facciones políticas operan con líderes mesiánicos que, respaldados por una élite económica,
buscan desestabilizar y tomar el poder. Este juego perverso involucra líderes carismáticos, una
élite financiera que espera favores a cambio y una base empobrecida que vende su voto por
pequeñas prebendas.
Corrupción y Nepotismo: marcas típicas del Faccionalismo Político
En Honduras, esta práctica ha arraigado profundamente, manifestándose en la división de
partidos políticos en lo que llaman “corrientes” que no son más que facciones lideradas por
caudillos respaldados por terratenientes o empresarios corruptos. Ejemplos claros de esto son
el Partido Nacional y el Partido Libre, donde las facciones dividen y conquistan, creando un
simulacro de democracia interna que, según los propios militantes, es una farsa marcada por
nepotismo y autoritarismo.
Para las elecciones presidenciales de 2025, las estructuras partidarias están reviviendo sus
facciones políticas, generando grandes desigualdades presupuestarias. La facción de Rixi
Moncada, respaldada por el clan Zelaya, recibe financiación abrumadora en comparación con
otras facciones como la de Nelson Ávila. Esto no solo distorsiona la competencia política, sino
que también perpetúa un sistema clientelar, donde los candidatos más desfavorecidos se ven
obligados a negociar votos por empleos, consolidando la desigualdad y la dependencia.
La triste continuidad política: El Clan Zelaya en el Poder
En Honduras, la perspectiva de cambio se desvanece, ya que la oposición se ve envuelta en
corrupción, caos y desunión, mientras el gobierno actual emplea la violencia institucional para
sofocar cualquier disidencia. Todo apunta a una continuidad política, donde el Clan Zelaya
ejerce un control palpable, independientemente de quién sea el rostro visible. La falta de sorpresas y la predestinación de resultados refuerzan la sensación de que, lamentablemente,
Honduras seguirá bajo la sombra del faccionalismo político.
En este oscuro escenario, la sociedad hondureña queda atrapada entre la desconfianza en sus
líderes y la desesperanza de un cambio real. El faccionalismo político, ese tumor que corroe la
democracia, exige una mirada crítica y acciones decididas para que Honduras pueda finalmente
liberarse de sus cadenas políticas.